Giuseppe Mazzini: Profeta y Apóstol de la Unidad Italiana - Segunda Parte
Giuseppe Mazzini:
Profeta y Apóstol de la Unidad Italiana
-Segunda Parte-
Giuseppe Mazzini
(Génova, 22 de junio de 1805 –
Pisa, 10 de marzo de 1872)
«A pesar de que no fuese
un pensador coherente
ni un hombre de Estado,
Mazzini fue una potencia
intelectual, moral y hasta
política en la vida europea;
los revolucionarios
y patriotas de todos
los países le consideraban
como jefe, y los gobiernos
absolutistas y conservadores
mantenían contra él
una guerra cotidiana
mediante el espionaje
y las insidias.»
Benedetto Croce
Benedetto Croce
El papel de «Mesías nacional y humanitario» que Mazzini se había impuesto, derivándolo de su concepto religioso de la vida y de la historia, llegó a hacerse verdaderamente trágico cuando, después del año 1848, la independencia nacional italiana comenzó a realizarse, no por los caminos revolucionarios y republicanos, por él preconizados, no como historia sagrada de Dios y del pueblo, sino dirigida por Cavour y bajo la égida de la dinastía piamontesa, aprovechando favorablemente coyunturas diplomáticas y ayudas militares de potencias interesadas.
Al mismo tiempo, la «cuestión social», que Mazzini había incluído en su apostolado, y para la cual había elegido remedios utópicos siguiendo a los socialistas franceses y en particular a los sansimonianos, tomó una dirección completamente distinta al prevalecer el espíritu de Marx y de Bakunin en la primera Asociación de Trabajadores, que precisamente en esos años se fundó.
Como Mazzini no era hombre que cambiase de bandera para correr tras el triunfo, y su mente se atenía más a los principios que a los hechos reales, se vio poco a poco abandonado por la mayor parte de sus secuaces; su figura indomable palideció y pasó a segundo plano en la opinión pública; su voz, siempre severamente condenadora, fue desoída; y ya en los últimos años de su existencia Mazzini parecía a sus contemporáneos un hombre de otros tiempos.
Las ideas innocuas y contradictorias que él tomaba de los autores más diversos se transformaban en sustancias explosivas en los periodiquillos y opúsculos clandestinos que Mazzini redactaba. No fue un maestro del pensamiento, sino un maestro de la vida, cuyas lecciones, aún hoy, pueden resultar saludables.
Contra los falsos revolucionarios y conspiradores de opereta, en perpetua espera de transformaciones milagrosas, contra los politiqueros oportunistas, los tácticos, los estrategos, los bien informados, hechos a los cálculos y a las intrigas diplomáticas, Mazzini proclamo que «en ningún país sometido a la tiranía extranjera o indígena puede existir verdadera libertad sin una vanguardia de hombres liberales capaces de despertar, educar, guiar y preceder a las masas en la lucha abierta y en el sacrificio. La libertad no se recibe como un regalo; es necesario combatir por ella.»
Sería, sin embargo, erróneo buscar las causas en la inconsistencia de la ideología mazziniana, ya que en política el triunfo no depende de la justeza de los principios, y en todas las épocas se ha visto alcanzar el poder a partidos cuyas teorías filosóficas y sociales no resisten un examen razonado.
El fracaso político del mazzinismo se debió simplemente al hecho de que sus palabras de orden, verdaderas o falsas, no podían interesar o apasionar a aquellas capas de la población de cuyo concurso dependía el triunfo.
El escaso conocimiento de las fuentes de donde derivaba el marxismo impidió a Mazzini apreciar adecuadamente el verdadero carácter del naciente movimiento obrero y su profundo contenido espiritual, aunque sus propagandistas hablaban poco del espíritu, y quizá precisamente porque hablaban poco de él.
Las objeciones que Mazzini dirigió al futuro Estado comunista no cayeron siempre en el vacío, y sus reservas contra un régimen económico en que la burocracia estatal sustituye a la clase capitalista y cancela toda libertad individual no deja de tener importancia hoy en día.
La deficiencia política de Mazzini fue la de no haber sabido descubrir los estrechos lazos entre la revolución política que debía desembarazar al país de los siete gobiernos vasallos de Austria y la revolución antifeudal necesaria en los campos.
En un país económicamente atrasado, como la Italia de entonces, no podía haber revolución popular sin los campesinos, base principal y sostén de la Iglesia y de la dominación extranjera. Bakunin se lo hizo observar a Mazzini en una entrevista que tuvo con él en Londres, pero este respondió: «Por ahora no hay nada que hacer en el campo». Por otra parte, las únicas modificaciones que podían interesar a los campesinos no eran preconizadas por Mazzini.
Según Nello Rosselli: «Analfabetos y desesperados, no podían apreciar las ventajas de orden moral, los gérmenes de renovación, las esperanzas en un sólido aunque lejano porvenir económico que la unidad estaba elaborando. Notaban tan sólo las infaustas repercusiones inmediatas que los cambios políticos determinaban dentro del estrecho círculo de los intereses. De ahí el descontento general y la tendencia de los sostenedores de regímenes derrocados a aprovecharse de los rencores para buscar una ancha base popular a sus programas de restauración. Los campesinos meridionales fueron los primeros en reaccionar con el saqueo ante las novedades políticas».
Es preciso, sin embargo, reconocer que también faltó a los marxistas una concepción realista de los lazos entre cuestión nacional, revolución política y revolución económica. Los partidarios de Marx lograron atraerse fácilmente a los trabajadores de las industrias y a los jornaleros del campo, mejorando sus míseras condiciones económicas, pero eso procesos fueron frágiles y transitorios por no haber sido acompañados y protegidos por una efectiva democratización del país. Además la falta de preocupación por las reformas políticas y por la forma del Estado, ampliamente difundida por la propagando socialista, facilito extraordinariamente, más tarde, la contrarrevolución del fascismo.
Como Mazzini no era hombre que cambiase de bandera para correr tras el triunfo, y su mente se atenía más a los principios que a los hechos reales, se vio poco a poco abandonado por la mayor parte de sus secuaces; su figura indomable palideció y pasó a segundo plano en la opinión pública; su voz, siempre severamente condenadora, fue desoída; y ya en los últimos años de su existencia Mazzini parecía a sus contemporáneos un hombre de otros tiempos.
Las ideas innocuas y contradictorias que él tomaba de los autores más diversos se transformaban en sustancias explosivas en los periodiquillos y opúsculos clandestinos que Mazzini redactaba. No fue un maestro del pensamiento, sino un maestro de la vida, cuyas lecciones, aún hoy, pueden resultar saludables.
Contra los falsos revolucionarios y conspiradores de opereta, en perpetua espera de transformaciones milagrosas, contra los politiqueros oportunistas, los tácticos, los estrategos, los bien informados, hechos a los cálculos y a las intrigas diplomáticas, Mazzini proclamo que «en ningún país sometido a la tiranía extranjera o indígena puede existir verdadera libertad sin una vanguardia de hombres liberales capaces de despertar, educar, guiar y preceder a las masas en la lucha abierta y en el sacrificio. La libertad no se recibe como un regalo; es necesario combatir por ella.»
Sería, sin embargo, erróneo buscar las causas en la inconsistencia de la ideología mazziniana, ya que en política el triunfo no depende de la justeza de los principios, y en todas las épocas se ha visto alcanzar el poder a partidos cuyas teorías filosóficas y sociales no resisten un examen razonado.
El fracaso político del mazzinismo se debió simplemente al hecho de que sus palabras de orden, verdaderas o falsas, no podían interesar o apasionar a aquellas capas de la población de cuyo concurso dependía el triunfo.
El escaso conocimiento de las fuentes de donde derivaba el marxismo impidió a Mazzini apreciar adecuadamente el verdadero carácter del naciente movimiento obrero y su profundo contenido espiritual, aunque sus propagandistas hablaban poco del espíritu, y quizá precisamente porque hablaban poco de él.
Las objeciones que Mazzini dirigió al futuro Estado comunista no cayeron siempre en el vacío, y sus reservas contra un régimen económico en que la burocracia estatal sustituye a la clase capitalista y cancela toda libertad individual no deja de tener importancia hoy en día.
La deficiencia política de Mazzini fue la de no haber sabido descubrir los estrechos lazos entre la revolución política que debía desembarazar al país de los siete gobiernos vasallos de Austria y la revolución antifeudal necesaria en los campos.
En un país económicamente atrasado, como la Italia de entonces, no podía haber revolución popular sin los campesinos, base principal y sostén de la Iglesia y de la dominación extranjera. Bakunin se lo hizo observar a Mazzini en una entrevista que tuvo con él en Londres, pero este respondió: «Por ahora no hay nada que hacer en el campo». Por otra parte, las únicas modificaciones que podían interesar a los campesinos no eran preconizadas por Mazzini.
Según Nello Rosselli: «Analfabetos y desesperados, no podían apreciar las ventajas de orden moral, los gérmenes de renovación, las esperanzas en un sólido aunque lejano porvenir económico que la unidad estaba elaborando. Notaban tan sólo las infaustas repercusiones inmediatas que los cambios políticos determinaban dentro del estrecho círculo de los intereses. De ahí el descontento general y la tendencia de los sostenedores de regímenes derrocados a aprovecharse de los rencores para buscar una ancha base popular a sus programas de restauración. Los campesinos meridionales fueron los primeros en reaccionar con el saqueo ante las novedades políticas».
Es preciso, sin embargo, reconocer que también faltó a los marxistas una concepción realista de los lazos entre cuestión nacional, revolución política y revolución económica. Los partidarios de Marx lograron atraerse fácilmente a los trabajadores de las industrias y a los jornaleros del campo, mejorando sus míseras condiciones económicas, pero eso procesos fueron frágiles y transitorios por no haber sido acompañados y protegidos por una efectiva democratización del país. Además la falta de preocupación por las reformas políticas y por la forma del Estado, ampliamente difundida por la propagando socialista, facilito extraordinariamente, más tarde, la contrarrevolución del fascismo.
Citas de Giussepe Mazzini:
«Desde hace treinta años lucho,
dentro de mis pobres medios,
contra la autoridad que
no representa la justicia,
la verdad, el progreso,
ni reconoce como meta
el consenso de los pueblos;
la combato, cualquiera que sea
el nombre que lleve: Papa, Zar,
Bonaparte, Nacionalismo opresor.
El alma, joven todavía a pesar
de los años, se conmueve
de los años, se conmueve
de entusiasmo ante los movimientos
de un pueblo que representan
una época, una vida nueva.»
«La vida es misión y, por lo tanto,
«La vida es misión y, por lo tanto,
el deber es su ley suprema.»
«Podemos servir a una idea,
«Podemos servir a una idea,
pero no podemos, sin violar
nuestra misión en la tierra,
servir a un individuo.
Podemos seguirle mientras
una idea, libremente meditada
y aceptada por nosotros, resplandece
sobre la bandera que lleva consigo.
Pero cuando esa bandera no existe,
cuando la idea no sea garantía
de sus intenciones, tenemos el deber
de escrutar el fondo de cada acto
que realiza el hombre que nos lama
para seguirle. Es el deber de conservar
intacta como prenda, por medio de
ese examen, nuestra libertad;
el deber de protestar con la palabra y
con el hierro contra sus pretensiones de
robárnosla. Creo en Dios y adoro su ley:
aborrezco la idolatría.»
«Las tiranías insolentes
«Las tiranías insolentes
provocan infaliblemente,
después de diez, veinte o
treinta años, mayor desarrollo
de la libertad; la acción del
espíritu humano es,
por ley de las cosas,
proporcional a la presión
ejercida sobre él.
¿Levantaremos por eso
altares a los tiranos?»
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