jueves, 8 de marzo de 2012

Simone de Beauvoir


Simone de Beauvoir
(París, 8 de enero de 1908 – 14 de abril de 1986)
A seis décadas de la publicación del libro El segundo sexo, texto que estremeció las estructuras de la sociedad occidental a mediados del siglo XX y que sirvió de manual de lucha para el movimiento de liberación femenina en la Francia de la posguerra, la obra mantiene una vigencia y una particularidad de análisis que no ha sido fácil de superar por ninguna otra escritora feminista.
Para Simone de Beauvoir, el mito del “eterno femenino” o concepto de un mundo estructurado, única y exclusivamente, por el hombre para convencer a la mujer de que es inferior por naturaleza, debía ser abolido. Con original desenfado, la autora declaraba en su libro que la tradición, inercia y egoísmo de los hombres, por un lado, y la autocomplacencia, indiferencia y resignación de las mujeres, por el otro, han sido los motores para que estas situaciones prevalecieran. Y para corroborar todo esto, la autora de El segundo sexo analiza con profundidad la historia de la humanidad desde los tiempos del matriarcado hasta la década de los sesenta en los Estados Unidos, pasando por la antigua Grecia, el feudalismo europeo, el medioevo, las religiones monoteístas (cristiana, judía y musulmana), la revolución industrial, la revolución bolchevique y nos asegura que la evolución de la condición femenina ha sido mínima e inexistente en algunos casos.
Su vida y obra estuvo relacionada estrechamente al grupo de escritores e intelectuales franceses de mediados del siglo pasado, conocidos por sus conceptos de la filosofía existencialista. Fue la compañera sentimental de Jean- Paul Sartre desde 1935, fundador de este sistema filosófico, y ambos desarrollaron las teorías fundamentales del mismo. No es casualidad que la obra de Beauvoir esté basada en gran medida en los postulados del existencialismo. Su vida fue una constante lucha política por reivindicar los derechos de la mujer, desde la ética del respeto y un planteamiento de igualdad real. En su libro El segundo sexo nos dice:
Al hombre le corresponde hacer triunfar el reino de la libertad en las entrañas del mundo dado. Para lograr esa suprema victoria es preciso, entre otras cosas, que por encima de las diferenciaciones naturales, hombres y mujeres afirmen sin equívocos su fraternidad”.
Simone de Beauvoir no es solamente un icono del movimiento feminista francés de la segunda mitad del siglo XX sino que está considerada como una de las figuras más importantes del feminismo contemporáneo a nivel mundial. [Maricel Mayor Marsán –Revista Literaria Baquiana]  (Continúa en archivo adjunto)
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BIOGRAFIA Y OTROS TEXTOS DE
Y SOBRE SIMONE DE BEAUVOIR
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EL SEGUNDO SEXO
ERA EXISTENCIALISTA
Por Mónica Monteys
(...) Terminada la guerra, Simone junto a Sartre, Merleau–Ponty, Raymond Aron y otros colaboró en la fundación de la revista Les Temps Modernes (Los Tiempos Modernos), en 1945, de la que el filósofo fue fundador y director. La posguerra abría una brecha por la que fluyeron nuevas ideas capaces de poder representar a una juventud también distinta. El existencialismo, término acuñado por el filósofo Gabriel Marcel (1889–1973), fue la corriente intelectual que, alejada de la filosofía tradicional, estaba en condiciones de ir más allá de sus propias teorías y convertirse en un modo de vida, porque ofrecía una nueva ética a esa Francia que había quedado escindida por la guerra. El existencialismo fue el paradigma de la libertad que rompió finalmente con los valores del pasado. La lucha tenía, por fin, un sentido. En su ensayo Para una moral de la ambigüedad (1947), Simone de Beauvoir dice: "El hombre no es ni una piedra ni una planta, y no puede justificarse a sí mismo por su mera presencia en el mundo. El hombre es hombre solo por su negación a permanecer pasivo, por el impulso que lo proyecta desde el presente hacia el futuro y lo dirige hacia cosas con el propósito de dominarlas y darles forma. Para el hombre, existir significa remodelar la existencia. Vivir es la voluntad de vivir".
Esa aspiración de lucha por la libertad constituye uno de los principales postulados del existencialismo. Sin embargo, es sabido que el camino de la libertad es arduo y costoso. De lo que se trataba era de sostener que la vida carece de sentido, es vacía y absurda, y el hombre solo puede otorgarle un significado a través de la acción. (Continúa en archivo adjunto)

Contribuciones Filosóficas de
Simone de Beauvoir:
Ética Existencialista
El existencialismo fue el paradigma de la libertad que rompió finalmente con los valores del pasado. La lucha tenía, por fin, un sentido. En su ensayo Para una moral de la ambigüedad (1947), rechaza las teorías éticas que buscan la consolación del hombre, ya sean laicas o religiosas. Después de la Segunda Guerra Mundial debemos considerar la historia humana como un fracaso. Ya no se pueden plantear imperativos éticos puesto que no pueden vincular a toda la humanidad; ahora la moral debe ser individualista, otorgando al individuo el poder absoluto para fundamentar su propia existencia desde su libertad de elección.
El hombre es libre porque es un ser–para–sí, tiene conciencia, no es un ser petrificado en sí mismo, sino trascendencia y proyecto. Ser libre es hacer coincidir la conciencia y la libertad, pues la «conciencia de ser» es «conciencia de ser libre». La libertad obliga al ser humano a realizarse y a hacerse. Cada persona se desarrolla estableciendo sus propios fines desde su libertad sin necesidad de apoyarlos en significaciones o validaciones externas. La finalidad de los actos no es algo aislado y estático del ser que los elige. Es más, las metas de nuestras acciones son establecidas como fines a través de nuestra propia libertad.
Debemos asumir la absoluta libertad de elección con la responsabilidad que conlleva; nuestros proyectos deben surgir de la espontaneidad individual y no de cualquier tipo de autoridad externa, ya sea individual o institucional. Esto le conduce a rechazar el concepto del Absoluto hegeliano, el concepto cristiano de Dios o entidades abstractas como Humanidad o Ciencia que suponen la renuncia individual de la libertad. De aquí se concluye que no existen absolutos a los que deban ajustarse nuestras acciones, por lo que debemos llevar a cabo todos nuestros proyectos asumiendo el riesgo y la incertidumbre que conllevan. Por otro lado, nuestras acciones deben tener en cuenta a los otros. Beauvoir postula la necesidad de mirar al otro como eje de mi libertad, porque sin los otros yo no podría ser libre. (Continúa en archivo adjunto)
SIMONE DE BEAUVOIR,
HIJA DE LA RAZÓN CRÍTICA
Por Martha Robles
Nunca fue tocada por el misterio. Intimidante, exhibía lo grande y lo chico de su alma como un fogonazo. Se sabía diferente. Lo exageraba alardeando, aunque de suyo tuviera un ímpetu renovador inclinado a las grandes acciones. Castigaba la reflexión por una fórmula deslumbrante. Tuvo una inteligencia rápida a la que no preocupaba importunar o contradecirse. Era vertiginosa, directa, impositiva y curiosa. Amaba los riesgos, especialmente los que destacaban el papel del intelectual como un despertador de conciencias. El dilema existencial fue preocupación compartida con su compañero, el existencialista Jean Paul Sartre.
Sin embargo, sus obras tomaron otros caminos a partir de premisas que ambos desprendían de la circunstancia. Simone de Beauvoir prefería "pensar contra sí misma" a explorar, como él, el infierno de "los otros". La tentación de filosofar la condujo al compromiso político y éste recayó en su biografía una espiral que le permitió recorrer su feminidad inconforme. Así, con representar una inestimable presencia crítica en la influyente Francia de la posguerra, en El Segundo Sexo (1949) concentró lo mejor de su obra.
(...) Por la vastedad de sus miras, Simone creó una imagen diversa, múltiple y cambiante que no han conseguido superar otras escritoras contemporáneas: Viajó, enseñó, experimentó, discutió, escribió y comenzó a publicar a los treinta y seis años de edad, participó en las actividades políticas más connotadas de la izquierda y mantuvo un ojo siempre en alerta frente a los cambios. Miembro del Congreso del Movimiento de la Paz, viajó a Helsinki y, de su multicitada visita a la China de Mao Tse Tung extrajo su novela Los Mandarines, galardonada con el Premio Goncourt, en 1954. A pesar de su éxito al novelar sus ideas, prefirió la fidelidad al ensayo: Ahí se encontraba en libertad para conciliar a la memorista con la denunciante implacable que no despreciaba la imaginación para avivar su búsqueda de verdad, siempre indivisa del sentido de sinceridad que reconoció como guía de conducta. La obsesionaban las imágenes del destino, la ambigüedad y una ética humanista que desarrollaba a sus anchas desde su elección existencialista y atea.
(...)Maestra de mujeres, percibió desigualdades de clase y abismos que separaban los roles masculino y femenino en las sociedades ricas y pobres, tercermundistas y avanzadas. En común tienen sus personajes femeninos una confusión provocada por falsas nociones que los iguala ante una misma amenaza por la locura: "Muchísimas mujeres modernas son así –afirmó–. Las mujeres están obligadas a representar lo que no son, a representar, por ejemplo, el papel de grandes cortesanas, a falsear su personalidad. Están al borde de la neurosis. Siento enorme simpatía por esa clase de mujeres. Me interesan mucho más que la madre y ama de casa equilibrada. Por supuesto, hay mujeres que me interesan todavía más, las que son tanto sinceras como independientes, las que trabajan y crean". (Continúa en archivo adjunto)
LAS RELACIONES DE SARTRE Y SIMONE DE BEAUVOIR
El Maestro y El Castor enamorado
Al poco de conocerse, Jean Paul Sartre empezó a llamar a Simone con el mote cariñoso de «el castor». «Se encerraba en casa a escribir. Vivía dedicada a sus labores intelectuales», dijo el escritor y filósofo. Y con toda probabilidad se lo recriminó en alguna ocasión. O puede que todo lo contrario.
Desde el principio, su relación se caracterizó por la independencia, sentimental y sexual, de ambos: no se casaron, vivieron juntos sin compromiso y no tuvieron hijos. Pero, sin embargo, construyeron un puente sin aduanas hacia sus respectivos universos. Sartre dijo: «El infierno son los otros». Y curiosamente, el otro que fue el filósofo existencialista para Simone de Beauvoir se convirtió en su mayor bendición. (Continúa en archivo adjunto)
LA INVITADA
(L'Invitée, 1943)
SIMONE DE BEAUVOIR
PRIMERA PARTE
Capítulo I
Francisca se desperezó y volvió a tomar su estilográfica. Al cabo de un instante, volvió la cabeza. Gerbert yacía de espaldas, con los ojos cerrados; un aliento regular se escapaba de sus labios. Ya dormía. Era guapo. Le miró durante un largo rato; luego volvió a trabajar. Allá en el tren que corría, Pedro también dormía, con la cabeza apoyada contra los almohadones de cuero y un rostro inocente. Saltará del tren, se enderezará todo lo que da su pequeña estatura; luego correrá por el andén, me tomará del brazo.
–Ya está –dijo Francisca. Examinó el manuscrito con satisfacción–. Con tal que le parezca bien. Creo que le parecerá bien. –Apartó el sillón. Un vapor rosado se elevaba del cielo. Se quitó los zapatos y se deslizó bajo la manta al lado de Gerbert. El gimió, su cabeza rodó sobre el almohadón y fue a apoyarse contra el hombro de Francisca.
Pobrecito Gerbert, qué sueño tenía, pensó. Subió un poco la manta y permaneció inmóvil, con los ojos abiertos. También tenía sueño, pero no quería dormir todavía. Miró los párpados frescos de Gerbert y sus largas pestañas de mujer; dormía abandonado, indiferente. Ella sentía contra su cuello la caricia de sus cabellos largos y suaves.
Es todo cuanto tendré de él, pensó.
Había mujeres que acariciaban esos hermosos cabellos de china, que posaban sus labios sobre los párpados infantiles, que apretaban entre sus brazos ese largo cuerpo delgado. Un día él le diría a una de ellas:
–Te quiero.
A Francisca se le encogió el corazón. Todavía estaba a tiempo. Podía colocar su mejilla contra esa mejilla y decir en voz alta las palabras que acudían a sus labios. (Continúa en archivo adjunto)
¿Para qué la acción? 
(Pyrrhus et Cinéas, 1944)
SIMONE DE BEAUVOIR
Primera Parte
EL JARDÍN DE CÁNDIDO
Vemos pues que no se puede asignar ninguna dimensión al jardín donde Cándido quiere encerrarme. No está designado de antemano; soy yo quien elegiré el emplazamiento y los límites. Y puesto que, de todos modos, esos límites son irrisorios ante el infinito que me rodea, ¿la sabiduría no consistiría en reducirlos lo más posible? Cuanto más exiguo sea, será tanto menos presa del destino. Que el hombre renuncie pues a todos sus proyectos; que imite a ese escolar juicioso que lloraba por no decir A. Que se haga semejante al dios Indra que después de haber agotado su fuerza en su victoria contra un formidable demonio se redujo a las dimensiones de un átomo y eligió vivir fuera del mundo, bajo las aguas silenciosas e indiferentes, en el corazón de un tallo de loto. (Continúa en archivo adjunto)
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