viernes, 24 de septiembre de 2010

20 Aniversario de Alberto Moravia: 3a. Entrega



20 ANIVERSARIO DE
ALBERTO MORAVIA

(Roma, 28 de noviembre de 1907-
Roma, 26 de setiembre de 1990)

–Tercera Entrega–

Alberto Moravia en Roma, 1947.
Foto: Alfred Eisenstaedt. LIFE.

MACHIAVELLI
Alberto Moravia

En estas notas nos ocuparemos solamente del Príncipe y de la Mandragola, y de algunas obras menores, con exclusión de las Istorie fiorentine, de los Discorsi, del Arte della Guerra. Y ello porque, no teniendo la intención de escribir un ensayo sobre la obra política de Machiavelli, sino sobre algunos rasgos de su persona, nos parece que en aquellas obras tales rasgos aparecen marcados más claramente. De manera particular, además, nos interesa definir el maquiavelismo, lo mucho o poco de maquiavelismo que es inseparable de Machiavelli. Entendemos por maquiavelismo no ya una teoría política, sino una pasión moral, que encontró en Machiavelli un tan involuntario como perfecto descriptor. Por lo cual estas notas tendrán características de retrato psicológico antes que de ensayo crítico.(…) Para Machiavelli, tan reseco y agotado, tan apaga­do y tambaleante, la política era mucho más que una simple ocu­pación y un deber; mucho más que una distracción intelectual; era un puntal y una razón de vida; un medio artificioso para sentirse moralmente vivo. Esta manera desesperada del hombre de aga­rrarse a la vida política, extinguida ya la moral y la religiosa, ex­plica, en primer lugar, la abstracción maquiavélica, no alimentada por ningún profundo sentir ético; y luego la particular forma a que Machiavelli tuvo que recurrir para expresarla.
Pensemos: Machiavelli era un republicano; más aun, Machiave­lli, como prueban a cada paso los Discorsi y el Príncipe mismo, te­nía un concepto muy claro, absolutamente firme e irreductible, de lo que era la libertad, de las ventajas de la misma, de los funestos efectos que pueden ser ocasionados por una supresión de la libertad. (…)
Sin embargo, precisamente este mismo Machiavelli, estimador de la libertad y defensor del régimen repu­blicano, es quien ofrece sus servicios a los Médicis inmediatamente después de la vuelta de éstos a Florencia y, por último, quien es­cribe el más perfecto tratado conocido en favor de la autocracia. Todo esto parece sumamente contradictorio; pero, en realidad, se trata de una contradicción aparente.

Alberto Moravia (1907-1990)
EL VICIO DE LA INDIFERENCIA

(…) En su país natal Moravia es considerado, inclusive a nivel popular, el escritor del pesimismo y la apatía por un lado, y del erotismo más gráfico por el otro: atributos que lo califican como el escritor de ruptura típico del siglo pasado. Con motivo de su muerte, en 1990, Umberto Eco dijo: "No es una casualidad que Moravia naciera en la primera década de este siglo y haya muerto cuando se está iniciando la última. Creo que quedará como una de las figuras que más ha caracterizado este siglo de la cultura italiana, con todos sus acontecimientos políticos, sus debates ideológicos y literarios. Ha sido un personaje central y creo que él siempre ha querido jugar el papel no del protagonista, sino el de testigo". Fue uno de los escritores italianos más mediáticos: la popularidad lo alcanza en cuanto publica, a los 22 años, su primera novela, Los indiferentes (1929). En el centro de esa obra, el escritor había puesto al individuo atormentado y su universo interior en abierto conflicto con la sociedad de su tiempo, mucho antes de que sus coetáneos franceses inauguraran el existencialismo, uno de los grandes metadiscursos modernos. "A Sartre y a Camus los conocí después de la guerra. Pero hago constar que Los indiferentes salieron diez años antes de La náusea y El extranjero", dijo Moravia a propósito de su obra
Agostino, de Alberto Moravia

En Agostino (1944), Alberto Moravia recrea el despertar sexual de un joven adolescente mientras veranea con su madre viuda en un balneario del Mediterráneo. Como en la mayoría de sus novelas, destaca la fineza de la pluma del escritor italiano para abordar los conflictos psicológicos de sus personajes, sin caer en la vulgaridad en las descripciones de la novela actual. El narrador nos sumerge así en la intimidad del joven protagonista, acotando uno a uno los pasos y pormenores que lo llevan al descubrimiento de la sexualidad oculta de los adultos y la suya propia.

AGOSTINO
III

Después de aquel día comenzó para Agostino una épo­ca oscura y llena de tormentos. En aquel día se habían abierto sus ojos por la fuerza; pero lo que había apren­dido era más de lo que podía soportar. Más que la nove­dad, lo oprimía y lo envenenaba la calidad de las cosas que había llegado a saber, su maciza e indigesta importancia. Le había parecido, por ejemplo, que tras las re­velaciones de ese día sus relaciones con la madre habrían debido aclararse; y que el malestar, el fastidio, la repug­nancia que despertaban en él las caricias maternas, sobre todo en los últimos tiempos, deberían haberse resuelto y apaciguado en un nuevo y sereno conocimiento des­pués de las revelaciones de Saro. Pero no era así; subsis­tían el fastidio, el malestar y la repugnancia; sólo que, mientras antes habían sido los del afecto filial, atrave­sado y enturbiado por la oscura conciencia de la femi­neidad materna, ahora, tras la mañana transcurrida bajo la tienda de Saro, nacían de un sentimiento de acre e impura curiosidad que el persistente respeto familiar le hacía intolerable. Si antes había tratado oscuramente de separar ese afecto de una repugnancia injustificada, ahora le parecía casi un deber el separar su nuevo y racional conocimiento del sentimiento promiscuo y sangrante de ser hijo de aquella persona a quien no quería considerar más que como una mujer. Le parecía que toda infelici­dad desaparecería el día en que no viese en su madre más que a la bella persona que descubrían Saro y los mucha­chos; y se empeñaba en buscar las ocasiones que confir­masen su convicción. Pero sin más resultado que susti­tuir la antigua reverencia por la crueldad, y el afecto por la sensualidad.

LA DESOBEDIENCIA
I


Transcurridas las vacaciones en el acostumbrado sitio junto al mar, Luca regresó a la ciudad con la sensación de que no se encontraba bien y de que pronto se pon­dría enfermo. Había crecido de manera anormal en los últimos tiempos y, a los quince años, tenía ya la esta­tura de un hombre adulto. Pero sus hombros seguían siendo estrechos y gráciles; y en su rostro blanco, los ojos, demasiado intensos, parecían devorar las mejillas demacradas y la frente pálida. De haber sido consciente de su gracilidad y de los peligros que entrañaba, se ha­bría confiado quizás a sus padres para que le permitie­ran interrumpir los estudios; pero, como suele ocurrir en una edad como la suya, de sensibilidad despierta y con­ciencia todavía adormecida, no conseguía establecer nin­gún nexo entre su débil condición física y su profunda repugnancia por los estudios. Siempre había ido a la es­cuela y consideraba natural seguir yendo. Aunque a veces le parecía que las cosas que tenía que aprender no se le presentaban distribuidas ordenadamente en el futuro, según los días y los meses del año escolar, sino reunidas todas ante él, en una masa compacta e infranqueable, semejantes a una montaña cuyas lisas paredes no ofre­cieran ningún asidero para agarrarse y vencerla. No le faltaba la voluntad, sino no sabía qué impulso físico, qué valor corporal. A veces le parecía que su cuerpo fallaba bajo él, como un caballo extenuado y ofuscado por la fatiga bajo el jinete que lo espolea en vano.

Alberto Moravia: Cien años del
combate desde la indiferencia


Este 28 de noviembre habría cumplido cien años uno de los escritores más prestigiosos de la literatura italiana del siglo XX, Alberto Moravia, cuya vida y obras -con títulos capitales como 'El conformista' o 'El desprecio'-recorrieron los males físicos, políticos y sociales del Novecento.

Los indiferentes, de Alberto Moravia

Los indiferentes fue la primera novela publicada por Moravia —en 1929, cuando contaba solamente veintidós años— y le procuró súbita fama y gran prestigio entre la crítica. Los rasgos dominantes de su obra (el minucioso análisis de la conducta humana, la condena de la abulia moral y la consiguiente indiferencia cívica de sus compatriotas) no están simplemente anunciados en esta novela: están, ya, plasmados en una narración y en personajes definitivos, memorables.

LOS INDIFERENTES
I

Entró Carla; se había puesto un vestido de lanita marrón, de falda tan corta que bastó el movimiento que hizo o al cerrar la puerta para que se le subiera un buen palmo por sobre los pliegues flojos de las medias en torno de las piernas; ella no se percató y avanzó con cautela, mirando misteriosamente ante sí, desarticulada e insegura; sólo una lámpara estaba encendida, e iluminaba las rodillas de Leo sentado en el diván; una oscuridad gris envolvía el resto de la salita.
—Mamá se está vistiendo —dijo Carla, acercándose­le—, y no tardará en bajar.
—La esperaremos juntos —dijo el hombre, curván­dose hacia adelante—; ven aquí, Carla, siéntate aquí.
Carla no aceptó la invitación. De pie, junto a la mesita de la lámpara, con los ojos dirigidos hacia el círculo de luz dibujado por la pantalla, donde los objetos y chu­cherías, a diferencia de sus compañeros muertos e in­consistentes esparcidos en la sombra de la sala, revela­ban todos sus colores y su solidez, la muchacha tocaba con el dedo l a cabeza móvil de una porcelana china: un bu­rrito muy cargado sobre el cual, entre dos cestos, estaba sentado una especie de Buda agreste, un campesino gordo con el vientre envuelto en un kimono floreado; su ca­beza oscilaba atrás y adelante, y Carla, los ojos bajos, las mejillas iluminadas, los labios apretados, parecía absorta en esta ocupación.
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